domingo, 29 de julio de 2012

De joyeros

Nicolas y Pedro eran dos compañeros, eran la pareja perfecta para un trabajo tan fino como es la extorsión,  llevaban más de quince años dedicándose a ese trabajo, la compenetración era algo esencial, y ambos sabían complementarse. Nicolas era la parte visceral, la que no hacía preguntas, la que golpeaba y después cobraba, la que sólo entendía ante los monólogos que dan las pistolas, ante los diálogos que tenían sus nudillos y a las coreografías estilizadas de su navaja en los miembros amputados de los morosos. Pedro era diferente, era un hombre de una enorme cultura, con mala suerte en su vida, con malos contactos en los momentos menos adecuados, era abogado, no uno brutal y contundente, sino uno completamente desinteresado en la destrucción del enemigo, era abogado porque fue su única opción, esos malos contactos le granjearon el favor del macabro líder de la asociación, después de muchas conversaciones, Pedro había conseguido que esos mafiosos se hicieran empresa, un conjunto denominado Préstamos y Soluciones Difíciles en Contactos Insolventes S.A, es decir, usureros y cobradores de morosos. Puede pensar el lector, que estos dos hombres no pegarían ni con cola, pero en el primer contacto la palabra de Pedro solía ser eficaz, pero a veces se necesitaba eficiencia y en esos momentos Nicolas sabía conseguirlo sin hablar tanto.
Los quince años juntos habían sido muy buenos, Nicolas había aprendido a leer, escribir, aritmética básica y conseguido tu título de la E.S.O. Pedro a cambio había aprendido a usar un arma de fuego, conseguido una licencia de armas y aprendido defensa personal, eran compañeros, amigos y cuñados, pasaban muchas horas juntos y se conocían. Sin embargo en los últimos meses Nicolas se había vuelto más violento, saltaba a la mínima a todo cliente, los problemas con su mujer, saber que está era la hija del jefe y no tenía más narices que tragar y que su límite de paciencia era muy bajo, hacían que fuese una amenaza para cualquier moroso.
Eran amigos, si, pero empezaba a ser un peligro para él mismo, Pedro se dijo que le daría una semana de plazo para hablar con él. El abogado no estaba preparado para lo que venía.
Llegaron a la joyería, tenían una enorme deuda que cobrar, pero el joyero sabía con quien se la jugaba y el precio a pagar, por ello, había puesto un detector de metales en la entrada, un guardia de seguridad y restringido los horarios. Eran las diez de la mañana, no tenían opción a las amenazas, así que era el turno de Pedro, entraron, dejaron sus armas en las taquillas de la entrada y pasaron.
El abogado explicó la situación, le recordó la enorme deuda que crecía por los intereses y que no le convenía enfadar a su empresa. La actitud del joyero no fue la esperada, empezó a insultarles, aludiendo a que no debía nada a esa empresa, que no le viniesen con sus métodos napolitanos, pues con él no iban a funcionar. Después todo sucedió de forma precipitada, Nicolas lanzó un cabezazo al joven guarda de seguridad que se acercaba al ver la acalorada discusión, tras el cabezazo cayó al suelo tocándose la nariz, se lanzó sobre él, le agarró la cabeza con las dos manos y la golpeó un par de veces contra el suelo marmóreo, empezó a extraer la pistola, pero el joyero guardaba otro as en la manga. Se escuchó un disparo, por suerte impactó contra el suelo, Pedro agarró la mano del joyero y le golpeó en el estómago, para entonces Nicolas había sacado la pistola del guarda y disparó al moroso en repetidas ocasiones, todos los disparos impactaron en el blanco, Pedro le sostuvo en sus brazos, hasta que dio su última respiración. Todo quedó en silencio... Por poco tiempo, el guarda de seguridad se reincorporó y agarró el cuello de Nicolas por la espalda, Pedro le quitó el arma al joyero y apuntó, sin embargo ambos se movían y no se veía capaz de acertar, aún así disparó hasta vaciar el cargador. Ambos contendientes cayeron al suelo. Pedro no deseaba eso, pero así había sucedido. Cogió la pistola del guarda y se descerrajó un tiro en la boca,
Así, una mañana típica de joyería madrileña acabó en un suelo rojo, en la destrucción más soez, en la vida misma cuando se exhala por última vez

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