sábado, 4 de abril de 2015

Relojes desengrasados

Era verano, o eso decía el calendario. Era un 3 de agosto en Islandia, las montañas que dirigían a Reykjavic hacían del norte de la isla un lugar de eterno invierno.
Ese día en particular hacía una niebla que apenas le dejaba ver más allá de tres metros fuera de su ventana. Si la chica que yacía en su cama estuviera fuera de la casa de madera apenas podría distinguirla, aunque, bueno, tampoco estaba seguro de poder diferenciarla cuando se despertase y tuviera que ofrecerle un café.
El nihilismo se había apoderado del corazón de aquel antiguo soñador, ex romántico y atleta de fondo en ramos de rosas.
Después de su primera ruptura amorosa pensó en tratar a todas las mujeres con la dignidad que merecían, eso no había cambiado, pero sí había cambiado la concepción de dignidad que tenía. La expresión "hijo de puta" la había escuchado en varios idiomas, "al menos aprendo idiomas", pensaba. Todo había girado demasiado deprisa, pasaron de ser corazones dignos de ser escuchados a ser corazones a los que escucharía su novio... Cuando llegase, tampoco le importaba demasiado. Tenía el azaroso virar de los relojes descompasados, no daba la hora como el Big Ben o el reloj de la Puerta del Sol. Él daba su hora, tenía sus propios tiempos, por eso en él no entraba la espera.
No se había cerrado al amor, tampoco se había planteado si lo necesitaba. Pero cada vez que encontraba a esa persona con brillo especial llegaba a dos conclusiones:
-He hecho mucho daño como para merecerla
-Es genial, pero. (no con puntos suspensivos, la gente abusa de ellos, solo un punto y final. Si hay un pero faltan razones y crear excusas es perder el tiempo).
Se dedicaba a analizar a todas las personas hasta la extenuación, la suya o las de ellas, alguien acababa cansado siempre, y, como os he comentado, él tenía la paciencia de un reloj.
Estaba pensando en engrasar la cubierta de la barca para salir a disfrutar de la marea, tendría que ir a la capital y no le seducía la idea. Pensó que tenía unos cuantos tarros de aceite, quizá pudiera emplearlos. También pensó qué comer ese día, no le apetecía cocinar, pero llegaría el momento de tener hambre.
Mientras estaba absorto en sus pensamientos, un sonido de alguien desperezándose le devolvió a la realidad. La chica había despertado, empezó a recordar quien era. Cada mirada tiene un olor diferente.

-¿Dormiste bien?
-Si, ¿quieres que me vaya?
-Estaría bien.

Era una chica magnífica, de esas que no le generaban problemas, dulce, delicada, paciente y comprometida con mil causas injustas, pero.
Se puso la ropa apresurada, como si no se sintiese bien en esa casa que había acogido su pasión durante la noche anterior. Tampoco quería estar. Era un capullo, ella se merecía a alguien más.

Se precipitó con una despedida tibia, un beso en los labios del que quedó más eco que propio beso. El joven se lanzó contra el sofá, volvió a pensar en todo lo que hacer y las pocas ganas de ponerse a ello.
"¿Y si buscase el amor? En teoría hay que estar abierto y llega solo, pero mis puertas están abiertas y solo quieren ver petardas. Podría hacerme cura. No, eso no es para mí, desde luego... ¿Y si me hago un ermitaño en una casa al norte de una isla casi desierta? Mierda, eso tampoco está funcionando... Quizá es hora de cambiar las respuestas hacia la pregunta que llevo años buscando. De momento limpiaré la barca. Quizá haya alguna sirena que me cante, me destroce y me quite la tontería esta del amor"
Cogió su barca, quería haberla limpiado, pero pensó que sería mejor hacerlo a la vuelta.
Los remos se clavaban en ese mar siempre gélido. Por alguna extraña razón, el mar se le antojaba especialmente espeso ese día, los remos entraban pero no salían igual, como si algo les retuviese, la barca avanzaba a trompicones, como un reloj mal engrasado.
-Debí engrasarte.
Decidió virar y remar de espaldas, así sería más llevadero, o no, tampoco tenía idea sobre el tema.
La corriente comenzó a arrastrarle, el agua espesa se convirtió en agua muy ligera que no le retenía, la barca avanzaba a más velocidad de la que él podía remar. Levantó los remos y se dio cuenta de que sus brazadas no habían sido más fuertes, sino que la corriente le arrastraba hacia una enorme ola. Intentó remar en dirección contraria, pero fue en vano.
La ola partió contra él, como si el mismísimo Poseídon estuviera ofendido por su libertinaje, como si hubiera despachado a su propia hija. El caso, la ola partió su preciada barca por la mitad, la mitad en la que estaba sentado le golpeó en la cabeza y quedó inconsciente. La ola fue piadosa, bueno, no mucho, una vez le dio mil vueltas, al ver que no reaccionaba ni se resistía, le lanzó a la playa de la que había salido. Como un niño caprichoso que no quiere jugar con ese muñeco nunca más.
El sol comenzó a brillar, extrañamente, llevaba dos años sin aparecer por allí. Las gaviotas estaban emitiendo sus típicos sonidos, llamando a más camaradas para hacerlas partícipes del festín que iban a poder degustar.
Una chica se acercó, no sabía reanimarle, así que empezó a abofetearle. Sin piedad, no parecía que quisiese reanimarle, más bien golpeaba con intención de destrozar más esa cara, como si le recordase a alguien que odiaba. Sin embargo no sabía quién era ese tipo con la ropa hecha jirones, pelo mojado y nariz rota.
-¿quién me está dando estas hostias? ¿qué le he hecho yo?
Le agarró las manos de súbito, la joven se sobresaltó, como pensando que no se iba a despertar de tremenda somanta de palos.
Cuando le dirigió la voz, cuando se clavaron las miradas entendieron quienes eran. No se habían visto nunca, no necesitaban saber sus nombres, no necesitaba saber cómo se veía su cara sin sangre, no quería limpiarse la arena de los ojos para poder contemplarla del todo. Era ella y era él.
Una mirada puede decir más que una vida entera mirándose los labios.
Y de pronto el tiempo paciente del reloj desengrasado comenzó a ir demasiado rápido para que el Big Ben le siguiese a la zaga.