martes, 17 de abril de 2012

Gama pálida de Ikea


"Se hacen puertas y ventanas en la casa
y es el vacío el que permite habitarla"
Dao De Ying, Lao Tse

Era un espacio acotado, todo era pálido.
La habitación era blanca, la mesa era blanca, las sillas eran blancas, el suelo era blanco.
Los dos se situaban uno frente a otro, uno con esmoquin y chistera, al otro lado capa y ala ancha... Sobra decir que blancos
Ambos se miraban, el tiempo no importa en esta historia... Importaban ellos, los hechos, los segundos juntos, las verdades, lo oculto, lo que se dice y sobre todo... lo que queda por decir y que nunca se dirá.
La persona de la chistera tomaba té, el del bombín un líquido que no se prestaba a un análisis superficial, un tono ámbar oscuro con ligeros tintes rojos.
Bombín: Muchas gracias
Chistera: Lo hice porque deseaba hacerlo
B: Aún así, muchas gracias
C: No va conmigo ir en mi contra, bueno, aunque a veces hago excepciones.
B: ¿Perdone?
C: Queda usted perdonado, caballero
B: ¿Pedirle perdón? ¿Por qué habría de agacharme así?
C: Realmente no lo sé, la culpa será mía entonces
B: No hay culpables en un malentendido
C: Siempre encuentra quien busca
B: Mas, ¿quién va a buscarlo ahora?
C: Yo llevo un rato
B: Habré hecho algo entonces
C: No se culpe eminencia
B: ¿Se está usted riendo de mi?
C: ¿Ve? de aquí vienen los malentendidos que nos golpean, ¿es mi culpa por ironizar o es suya por ser un cretino? Yo no encontraré culpable, va dentro de nuestro ser.
B: Esta usted consiguiendo que me enfurezca
C: Soy yo
B: ¿Con qué fin?
C: Tan sólo sé que esta claridad está matándome
B: Se vuelve a justificar
C: No necesito justificación, puedo hacerlo... Al fin y al cabo me debe las sonrisas de su esposa.
B: Por ello vine a darle gracias.
C: Es comprensible, yo debo agradecerle a usted que me alumbre de luz entre tanta claridad que tanta pureza no es buena para hombres tan oscuros.
B: Si odia usted el blanco ¿por qué viste de ese color?
C: El ser humano busca deslumbrar y a unos les cuesta más que a otros, la experiencia nos lo explica en la razón de que usted esté aquí.
B: ¿Insinúa que no sé satisfacer a mi esposa?
C: Antes o después va a utilizar el revólver y teñir todo de rojo, no podía morirme sin decírselo
El caballero del bombín hace una mueca, agita sus labios fruncidos, retira la silla, se pone en pie y encañona al señor de la chistera.
B: Yo no soy el señor Bombín, sólo vengo a darle las gracias por hacer feliz a su mujer.
C: Ya le dije al principio, que no tenía que agradecerme nada, pero que me regale un pedazo de metal es algo tan bonito...
B: Acaba de decirme que quiere cambiar el color de esta habitación, yo le daré nuevas tonalidades.
C: Lo sé, pero como regalar colonia, chocolate o ropa... Pintar la casa de una persona es muy arriesgado y entrometido.
B: Pues a ver cuál es su opinión sobre esto.
Tras eso, una gama de colores aderezó la habitación, la chistera rodó por el suelo, una melena negra salió de la chistera, sus ojos se tornaron completamente oscuros, su sonrisa se hizo más ancha y el suelo quedo como un collage. Un collage de sangre, sesos, té, pelo, golosinas y chocolate.

sábado, 14 de abril de 2012

Ermitaño

Había una vez un monje que se encontraba en profunda desdicha, tenía clara su vocación, tenía todas sus necesidades cubiertas, pero no era feliz y su fe cada día era inferior a la de sus hermanos.
Un día un fraile de paso por su monasterio le instó a buscar a un ermitaño de una montaña, un ermitaño que tenía el secreto para resolver los problemas que le generaba su propia existencia.
El monje, que era muy egocéntrico y altivo, no pidió permiso, sencillamente salió del monasterio en un momento de oración para dirigirse en busca del ermitaño.
No sabia que montaña era, ni a quien buscaba, ni que iba a encontrar... ni si encontraría algo.
Partió y caminó durante dos semanas en una extrema pobreza (rechazaba toda ayuda de otras personas, él podía encontrarse sin necesidad de nadie), tras las dos semanas, encontró un pueblo al pie de una montaña, allí preguntó si esa elevación tenía un ermitaño, las gentes del lugar le respondieron que esa montaña tenía muchos huecos, muchas cuevas naturales y que además antes de que la habitasen los lobos había cabañas para pastores.
La visión de los lobos le asustó bastante, pero aún así se aventuró a la montaña a la mañana siguiente. Una vez allí encontró a varias personas en su camino a las que contó su historia, unos le dieron queso, otros le cedieron una bota repleta de vino, otros una manta para el frío y otros le cedieron a un perro de mediano tamaño para que no se sintiera solo en su búsqueda. El ego con el que empezó el viaje, el mismo que le impedía coger los presentes de las gentes que querían ayudarle, se había evaporado y ahora las gracias llenaban su boca.
En lo alto de la montaña encontró una caseta, pero estaba vacía. Fue un desengaño bastante fuerte, pero bueno, podría dormir y seguir buscando a la mañana siguiente.
Pero la noche es larga en la cima de una montaña, el sol se pone pronto y los lobos aullan alto para que no te sientas sólo. Se arropó y empezó a acariciar a su perro, que no dejaba de temblar.
De pronto, unas garras arañaron una pared de la cabaña, en ese momento, recordó que no había reforzado la puerta... Nadie asaltaría a un monje, pero para los lobos todos somos humanos. La sombra apareció gruñendo por la puerta, el tamaño de aquel animal era descomunal. Su hocico, mostraba entreabierto una dentadura amarillenta, unas encias negras y una baba que se balanceaba desde los pelos que recubrían la parte inferior de la mandíbula.
El monje comenzó a rezar, a rezar todo lo que sabía, su rosario le acompañaba en esa oración, una oración que se le antojaba como la última. Empezó a recordar toda su infancia, sus primeras letras, sus experiencias, su primer beso, las mujeres que le habían querido y las que más habían dolido, la razón de ser monje, su ego, su orgullo... Todo
El lobo se acercó, le olisqueó y le chupó la cara. Tras eso, cogió queso del zurrón y se fue.
El monje se cayó al suelo, hecho una bola de puro miedo, de pura impotencia, acabando de rezar el rosario que no le había dado tiempo a terminar.
Cuando se reincorporó, fue corriendo hacía la puerta y la atrancó con un madero que había destinado para ello.
Después, se quedo profundamente dormido.
A la mañana siguiente se despertó, alguien aporreaba la puerta de la choza. Se apresuró a abrir.
Era el fraile que le había hablado del ermitaño.
El monje enfurecido fue a increparle, pero el fraile le interrumpió.
-Dime, tus ganas de recuperar el sentido de tu vida te ha traído aquí, ¿acaso no has encontrado la bondad del ser humano de la que tanto dudabas?, ¿acaso no ha resuelto esa bondad el problema que te supondría la soledad con ese perrito?, ¿acaso no has rezado más fuerte que nunca?, ¿acaso tu miedo a perder tu vida no te ha hecho saborear cada segundo?, ¿acaso no has superado lo que rogabas a Dios en cuanto a tu ego pudiendo rogar un mendrugo de pan?
Quizá estés pensando que no había ermitaño, pues bien, aquí me tienes, aquí vivo y esos lobos son inofensivos.
-Gracias...
-Antes de que te vayas...
Sigue adelante en tu vida, se fuerte, ten paciencia antes de increpar, saborea cada segundo como si no fueras a vivir el minuto siguiente... No te resignes, sino que busca la espera en paz... Y sobre todo, pequeño monje... Se feliz, la vida es demasiado bella como para vivirla en sufrimiento.

martes, 10 de abril de 2012

Columpios

Había una niña que se encontraba enormemente afligida, hacía mucho tiempo que no podía sonreír.
Caminaba sola por la calle, a veces sonreía, si, pero normalmente no le apetecía. Su pantalón estaba rasgado a la altura de las rodillas, tampoco le importaba demasiado.
Llevaba caminando varias horas y decidió parar un momento. El camino entre su casa y las clases de canto no era muy largo, pero prefería perderse por la ciudad, los ruidos de los coches ayudaban a no poder escuchar sus pensamientos.
Se sentó en el suelo, abrió un zumo y comenzó a beberlo con la pajita. Mientras tanto, desenvolvía su sandwich y tras eso comenzó a intercalar los mordiscos con los sorbitos. Naranja y nocilla, le encantaba el chocolate y el almizcle en su boca que dejaba la naranja. Sus ojos se clavaban en nada, como si se pudiera leer y no comprender dentro de unas hojas de color turquesa.
De pronto, otra chica se sentó a su lado. Ninguna dijo nada, pero la primera estaba recelosa. Después de unos minutos la segunda empezó a tararear. Era una canción bonita, no de sus favoritas, pero bonita al fin y al cabo.
-Es muy bonita-Le dijo la primera a la segunda atenazada por el silencio que se le antojaba absurdo.
-¡Oh! ¡muchas gracias!
-¿qué haces aquí?
-Descansar, ¿y tu?
-No sé
-Mmm
-¿qué?
-Nada, me preguntaba si querías venir a dar una vuelta conmigo, te enseñaré un parque muy bonito
-Bueno, debo volver a casa...
-¡Venga! ¡Es muy bonito!
-Jope, es que no sé... estoy lejos de casa
-Luego te acompaño, venga, vente, va, ¡vente!
-Bueno...
La chica no iba convencida, los ojos marrones de la chica rara le inspiraban seguridad, pero no le daban garantía.
Salieron y corrieron hacía un parque muy bonito. Entre juegos, carreras, pilla-pilla... Lo pasaron muy bien, rieron, gritaron... Incluso les dio tiempo a llorar porque se tropezaron y se magullaron las piernas. Pero siguieron corriendo hasta que se hizo de noche
-¿Vendrás mañana?
-Si, ¡claro!
La niña de los ojos azules no se arrepentía de haber jugado, la niña rara de los ojos marrones estaba encantada de haber disfrutado una tarde como llevaba mucho tiempo sin exprimir así.
A la tarde siguiente la niña de los ojos marrones bajó al parque y jugó junto a la niña con turquesas en los ojos.
Ambas hicieron castillos de arena y los disfrutaron, ninguna se arrepentía de ello y empezaban a hacerse buenas amigas.
Pues éste es el único consejo que puedo darte – le dijo el más

"Sabio de todos los Sabios-. El Secreto de la Felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara."

lunes, 9 de abril de 2012

De Wilde

Fragmento de La Balada de la Cárcel de Reading
"En la Cárcel de Reading, junto al pueblo
de Reading, hay un hoyo de vergüenza
en donde yace un hombre miserable
comido por los dientes de las llamas
y envuelto en una sábana de fuego.
Sin nombre está su tumba abandonada.

Hasta que Cristo llame un día a los muertos
en su silencio yacerá él allí;
no necesita ya lágrimas vanas,
ni un montón de suspiros quiere ahí:
¡ese hombre asesinó lo que adoraba
y por eso tenía que morir!

¡Todos los hombres matan lo que aman!
-y que sea por todos esto oído-:
algunos lo hacen con mirada amarga,
algunos con palabras de dulzura;
el cobarde asesina con un beso
y el hombre de valor con una espada!"

viernes, 6 de abril de 2012

Brian

Brian aparentaba ser un chico bien, realmente sus ingresos lo eran, su apariencia física lo era y desde luego sus modales lo eran.
Era un joven alto, rubio, con una espalda perfectamente enmarcable en un cuadro de gimnasio, unos abdominales en los que secar la ropa, unas nalgas firmes, rasgos muy marcados y con una sonrisa encantadora.
Se había embutido su traje negro, se había puesto su camisa roja, su corbatín negro y se estaba sirviendo su rutinaria copa de coñac.
Se sentó en el sofá del comedor, puso a Brahms, agitó su copa y dio un primer sorbo. Extrajo una pastilla azul, la machacó en la mesa y el polvo restante de la manipulación fue diluido en el coñac. Miró su reloj y se recostó en el sofá.
Media hora después estaba saliendo de su piso en Bailen con dirección a Serrano. Cogió su Audi A8 y puso el navegador hacia la céntrica calle.
Miró su reloj, le sobraban unos minutos, así que sacó un cigarro, se lo encendió en el portal y fumó apaciblemente. Las bocanadas de humo se diluían en el aire, sólo fumaba por ver como los anillos desaparecían lentamente...
Cuando acabó el cigarro sintió que la pastilla azul estaba al máximo de sus efectos, así que entró en el portal y subió hasta el 4º B
Le abrió la puerta una adorable anciana que no aparentaba más de 60 años, tenía el pelo canoso, los ojos verdes, unos pendientes de oro brillaban en sus orejas y lo único que cubría su marchito cuerpo era un camisón de seda.
-¿Doña Teresa?
-Tu debes de ser Brian, pues no tienes un acento inglés en absoluto...
-Muchas gracias, pero comprenderá que estos trabajos requieren discreción...
-Si, si... No vaya a ser que me encariñe de ti...Bueno, dejemos los prolegómenos y entremos en el relleno.
A Brian le encantaban las señoras así, él iba a lo que iba, si les daba conversación siempre acababan diciendo que se parecía a algún nieto y eso cortaba el rollo... Además, en ocasiones recordaban que tenían a un gigolo delante, su trabajo era que no lo pensasen ni por un segundo.
Entraron en la habitación y en ese momento se tapó todo con cortinas.
Brian se fue de la casa con un servicio bien pagado, se encendió un cigarro y empezó a conducir de vuelta a casa, hoy tenía suerte y no tendría que hacer ningún servicio más.
Llegó a casa, se quitó la ropa, se metió en la ducha y puso un recopilatorio de arias de Krauss.
En la ducha siempre lloraba, se le había olvidado su dignidad en la cama de alguna señora opulenta, alguna de esas señoras cansadas de sus maridos, aburridas de sus rutinas, estancadas en el tedio de un sinsentido y completamente insatisfechas de la pose social... Señoras que buscaban una evasión y que la encontraban en la entrepierna del joven.
Brian se llamaba José, había sido dotado de una gran belleza, de un talante extraordinario, era doctorado en matemáticas y trabajando de camarero encontró otra forma de ganarse la vida

martes, 3 de abril de 2012

Laura

Laura era una joven bailarina clásica de una gran trayectoria con sólo 18 años, una chica poco agraciada, pero extraordinariamente dotada para ese arte.
Con la tierna edad de 15 años su familia ya había pagado viajes a Australia, Brasil, Islandia, Francia... para competiciones internacionales en las que hacía mucho que no tenía rival. Una bella artista, pero su rostro reflejaba lo que tenía más allá de horas de entrenamientos.
Laura era altiva, pedante, egocéntrica y se creía graciosa. Se sabía mejor que el resto de seres que se dedicaban al baile. Era realmente superior.
Ella consideraba que el baile no era suficiente para llenarla, así que estudiaba ingeniería y leía a Platón. Aunque no lo admitiese, la ingeniería le resultaba imposible y Platón le daba sueño Aún así, le sobraban horas para usar cleenex que saciasen sus necesidades físicas, cleenex eran los hombres que podían satisfacerla, después todos le daban asco... Exactamente como un pañuelo preñado de mocos. Asco
Pero quien habló de ser especialista se olvido de comentar que un punto a favor no gira el mundo.
Un día Laura iba paseando por Gran Vía, acababa de comprar un libro sobre Aristóteles, no sabía porque, pero necesitaba cambiar de autor. Cuando cruzó hacia Fuencarral iba leyendo el prefacio, un coche se olvido del significado de los colores y recordó que el rojo no es buena señal.
Laura quedó tendida en el asfalto, su pierna conformaba un ángulo extraño y había sangre por todas partes... Laura no entendía, sólo sentía.
En el hospital le dieron la noticia que vislumbraba en los ojos del medico del SAMUR... Su pierna derecha había sido amputada sin piedad alguna, y su izquierda estaba rota, su rehabilitación sería verdaderamente complicada.
Laura era un sueño
Laura no era nadie
Pero nació ese día, para poder darse un nombre.

domingo, 1 de abril de 2012

Muro dementemente demencial

Saul tenía una enfermedad mental difícilmente clasificable, era una persona normal, pero en determinadas ocasiones le atacaba una melancolía y empezaba lanzar horribles alaridos y golpear las paredes.
Tenía una inteligencia muy elevada, pero era consciente de su problema y la ciudad también lo era, por eso se encontraba al otro lado del muro de hormigón.
En esa ciudad, les parecía horrible guardar a los locos en sanatorios mentales, sencillamente habían levantado un muro de ocho metros de altura, hecho una pequeña puerta por donde lanzar a los dementes y unos accesos solo conocidos por los guardias por donde soltaban liebres, cerdos y gallinas, para que los enfermos pudieran cazar y se mantuvieran en forma. El espacio era más grande de lo que se pueda pensar, era todo el bosque que lindaba hacía el mar, el espacio no bajaba de las treinta hectáreas y lo habitarían cerca de mil personas.
Caminando por allí, Saul había descubierto que allí había gente con problemas que no se deben tratar en un sanatorio mental y menos aún en campo abierto... Gente con enfermedades físicas de las que la familia prefería deshacerse y por las que pagaban por soltar allí. Había descubierto una especie de jerarquía, en la que los esquizofrénicos tenían un puesto elevado al lado de los borderline, por debajo de ellos se encontraban los maniático-depresivos, tras ellos se manejaban a los amnésicos.
Había descubierto también, que había otras facciones, ya que al este dominaban los que tenían enfermedades físicas que les destrozaban el cuerpo y habían vivido allí desde que eran niños, ellos dominaban a los depresivos y a los que tenían enfermedades ligadas a trastornos de baja estima personal.
Había un grupo de niños que fueron lanzados por la misma familia, contaba la leyenda que una bruja había maldecido a una parturienta y nacieron tres hijos, uno ciego, uno sordo y uno mudo. Estos niños eran temidos y venerados, ya que se creía que tenían dones adivinatorios y su poder era muy influyente.
Saul había descubierto esto y mucho más, pero en ese lugar sólo tenías que acostumbrarte a vivir, pues era como una gran sociedad, además su inteligencia le había ayudado a salvarse cuando se encontraba a uno de los dos grupos en conflicto. Tras recorrer todo el territorio sintió que tenía menos ataques psicóticos, que podía ayudar a otros chicos con enfermedades neuróticas que estaban sólos en el bosque. Por esa sensación volvió al muro y se plantó frente a la puerta
Los alaridos alertaron a los guardias de las casetas en lo alto del muro, los insultos que profería eran inteligibles y sus golpes habían hecho que sus manos sangrasen desde hacía un rato, pero sus ojos estaban en blanco y su ira proyectándose contra el hormigón. Cuando vieron que era un loco le dejaron en paz y siguieron con sus problemas de gente cuerda.
Saul despertó, estaba muy cansado y le dolían las manos, había sangre por todas partes y vio que sus puñetazos habían coloreado ese muro mustío, cuando sintió que sus manos no daban más golpeó con la cabeza y por ello se habría quedado inconsciente.
-Aún no estoy preparado para volver a la sociedad, hasta luego señores guardias
-Hasta luego, Saul, ten cuidado.
Saul pensaba que cuando se hubiera "recuperado", podría volver, pero la sociedad no quiere proscritos.
Saul se sentía único, pero a lo  largo del muro había al menos otros cien motivos decorativos similares, no era el primero en golpear esa pared.