martes, 10 de abril de 2012

Columpios

Había una niña que se encontraba enormemente afligida, hacía mucho tiempo que no podía sonreír.
Caminaba sola por la calle, a veces sonreía, si, pero normalmente no le apetecía. Su pantalón estaba rasgado a la altura de las rodillas, tampoco le importaba demasiado.
Llevaba caminando varias horas y decidió parar un momento. El camino entre su casa y las clases de canto no era muy largo, pero prefería perderse por la ciudad, los ruidos de los coches ayudaban a no poder escuchar sus pensamientos.
Se sentó en el suelo, abrió un zumo y comenzó a beberlo con la pajita. Mientras tanto, desenvolvía su sandwich y tras eso comenzó a intercalar los mordiscos con los sorbitos. Naranja y nocilla, le encantaba el chocolate y el almizcle en su boca que dejaba la naranja. Sus ojos se clavaban en nada, como si se pudiera leer y no comprender dentro de unas hojas de color turquesa.
De pronto, otra chica se sentó a su lado. Ninguna dijo nada, pero la primera estaba recelosa. Después de unos minutos la segunda empezó a tararear. Era una canción bonita, no de sus favoritas, pero bonita al fin y al cabo.
-Es muy bonita-Le dijo la primera a la segunda atenazada por el silencio que se le antojaba absurdo.
-¡Oh! ¡muchas gracias!
-¿qué haces aquí?
-Descansar, ¿y tu?
-No sé
-Mmm
-¿qué?
-Nada, me preguntaba si querías venir a dar una vuelta conmigo, te enseñaré un parque muy bonito
-Bueno, debo volver a casa...
-¡Venga! ¡Es muy bonito!
-Jope, es que no sé... estoy lejos de casa
-Luego te acompaño, venga, vente, va, ¡vente!
-Bueno...
La chica no iba convencida, los ojos marrones de la chica rara le inspiraban seguridad, pero no le daban garantía.
Salieron y corrieron hacía un parque muy bonito. Entre juegos, carreras, pilla-pilla... Lo pasaron muy bien, rieron, gritaron... Incluso les dio tiempo a llorar porque se tropezaron y se magullaron las piernas. Pero siguieron corriendo hasta que se hizo de noche
-¿Vendrás mañana?
-Si, ¡claro!
La niña de los ojos azules no se arrepentía de haber jugado, la niña rara de los ojos marrones estaba encantada de haber disfrutado una tarde como llevaba mucho tiempo sin exprimir así.
A la tarde siguiente la niña de los ojos marrones bajó al parque y jugó junto a la niña con turquesas en los ojos.
Ambas hicieron castillos de arena y los disfrutaron, ninguna se arrepentía de ello y empezaban a hacerse buenas amigas.
Pues éste es el único consejo que puedo darte – le dijo el más

"Sabio de todos los Sabios-. El Secreto de la Felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara."

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