sábado, 14 de abril de 2012

Ermitaño

Había una vez un monje que se encontraba en profunda desdicha, tenía clara su vocación, tenía todas sus necesidades cubiertas, pero no era feliz y su fe cada día era inferior a la de sus hermanos.
Un día un fraile de paso por su monasterio le instó a buscar a un ermitaño de una montaña, un ermitaño que tenía el secreto para resolver los problemas que le generaba su propia existencia.
El monje, que era muy egocéntrico y altivo, no pidió permiso, sencillamente salió del monasterio en un momento de oración para dirigirse en busca del ermitaño.
No sabia que montaña era, ni a quien buscaba, ni que iba a encontrar... ni si encontraría algo.
Partió y caminó durante dos semanas en una extrema pobreza (rechazaba toda ayuda de otras personas, él podía encontrarse sin necesidad de nadie), tras las dos semanas, encontró un pueblo al pie de una montaña, allí preguntó si esa elevación tenía un ermitaño, las gentes del lugar le respondieron que esa montaña tenía muchos huecos, muchas cuevas naturales y que además antes de que la habitasen los lobos había cabañas para pastores.
La visión de los lobos le asustó bastante, pero aún así se aventuró a la montaña a la mañana siguiente. Una vez allí encontró a varias personas en su camino a las que contó su historia, unos le dieron queso, otros le cedieron una bota repleta de vino, otros una manta para el frío y otros le cedieron a un perro de mediano tamaño para que no se sintiera solo en su búsqueda. El ego con el que empezó el viaje, el mismo que le impedía coger los presentes de las gentes que querían ayudarle, se había evaporado y ahora las gracias llenaban su boca.
En lo alto de la montaña encontró una caseta, pero estaba vacía. Fue un desengaño bastante fuerte, pero bueno, podría dormir y seguir buscando a la mañana siguiente.
Pero la noche es larga en la cima de una montaña, el sol se pone pronto y los lobos aullan alto para que no te sientas sólo. Se arropó y empezó a acariciar a su perro, que no dejaba de temblar.
De pronto, unas garras arañaron una pared de la cabaña, en ese momento, recordó que no había reforzado la puerta... Nadie asaltaría a un monje, pero para los lobos todos somos humanos. La sombra apareció gruñendo por la puerta, el tamaño de aquel animal era descomunal. Su hocico, mostraba entreabierto una dentadura amarillenta, unas encias negras y una baba que se balanceaba desde los pelos que recubrían la parte inferior de la mandíbula.
El monje comenzó a rezar, a rezar todo lo que sabía, su rosario le acompañaba en esa oración, una oración que se le antojaba como la última. Empezó a recordar toda su infancia, sus primeras letras, sus experiencias, su primer beso, las mujeres que le habían querido y las que más habían dolido, la razón de ser monje, su ego, su orgullo... Todo
El lobo se acercó, le olisqueó y le chupó la cara. Tras eso, cogió queso del zurrón y se fue.
El monje se cayó al suelo, hecho una bola de puro miedo, de pura impotencia, acabando de rezar el rosario que no le había dado tiempo a terminar.
Cuando se reincorporó, fue corriendo hacía la puerta y la atrancó con un madero que había destinado para ello.
Después, se quedo profundamente dormido.
A la mañana siguiente se despertó, alguien aporreaba la puerta de la choza. Se apresuró a abrir.
Era el fraile que le había hablado del ermitaño.
El monje enfurecido fue a increparle, pero el fraile le interrumpió.
-Dime, tus ganas de recuperar el sentido de tu vida te ha traído aquí, ¿acaso no has encontrado la bondad del ser humano de la que tanto dudabas?, ¿acaso no ha resuelto esa bondad el problema que te supondría la soledad con ese perrito?, ¿acaso no has rezado más fuerte que nunca?, ¿acaso tu miedo a perder tu vida no te ha hecho saborear cada segundo?, ¿acaso no has superado lo que rogabas a Dios en cuanto a tu ego pudiendo rogar un mendrugo de pan?
Quizá estés pensando que no había ermitaño, pues bien, aquí me tienes, aquí vivo y esos lobos son inofensivos.
-Gracias...
-Antes de que te vayas...
Sigue adelante en tu vida, se fuerte, ten paciencia antes de increpar, saborea cada segundo como si no fueras a vivir el minuto siguiente... No te resignes, sino que busca la espera en paz... Y sobre todo, pequeño monje... Se feliz, la vida es demasiado bella como para vivirla en sufrimiento.

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