martes, 30 de julio de 2013

Absalón

¿Alguna vez habéis escuchado la historia de Absalón?
Un hombre que por defender el honor de su hermana acaba en guerra con su propio padre. Un hombre, con sus defectos humanos, con sus fallos y sus problemas. Sus ansías, sus vicios y sus virtudes hechas defectos.
Absalón mató a su hermanastro, tras que él, heredero del trono de David, violase a su hermana. Sin embargo, en lugar de encarar la culpa y la explicación de lo que había hecho, antes de ser juzgado por las pretensiones al trono y acusado de fraticidio, decidió huir, montar su ejército y menoscabar la autoridad de su padre. La prepotencia le cegó y lleno de expectativas lanzó a sus tropas contra las de David, sus ansías le hicieron olvidar que un ejército recién creado no podía desafiar a un estado. Sería su melena cuidada, algo que es criticado durante todo el pasaje por el enorme culto al cuerpo que tenía este hombrecillo, la que le llevase a una muerte horrible, unas zarzas enredaron su pelo y fue brutalmente lanceado por el general de David. El rey sufrió mucho, pues por intentar dar el castigo por el asesinato de su hijo perdió a dos, la credibilidad de un pueblo y el amor de una hija.
La historia quedaría ahí, la Biblia habla de los lamentos de David ante la culpabilidad, los intentos por rectificar en la orden de que den muerte a su hijo, la lastima cuando se entera de esa muerte, pero nada más allá.
Ahora viene la reflexión
Cualquiera puede decir, eso es muy exagerado, ahora las cosas son diferentes, a nadie se le va la cabeza así.
Pero... Acaso no pensamos muchas veces, "ojalá fuesen las cosas de otra forma y no tuviera que hacerte ésto a ti, a ti no... No quiero, pero debo", sin embargo ¿debes? ¿a quién? ¿a tu orgullo?
La frase de Slipknot en "Snuff" lo define, "i only wish you weren't my friend then i could hurt you in the end", sin embargo somos presas inexcusables, ya no sólo de lo que hacemos o decimos, si no de los miles de defectos que van condicionando cada pequeño detalle hasta conjugar una realidad que es la única que ellos nos dejan ver y vivir. Somos presas de nosotros mismos, no podemos calificar las elecciones como fallo o acierto, no, la vida no es un test multirrespuesta, la ambigüedad de nuestra vida es la que tiñe las mañanas de gris y las tardes de azul.
¡Bendita libertad! ¿no?, realmente, ¿os creéis libres? Ya no políticamente, no va por ahí, ¿pensáis, de veras, que tenéis algo que decir en lo que decidís? ¿Tuvo David elección a la hora de ordenar que se ejecutase a su hijo y sus seguidores obcecados en la victoria justa? ¿tuvo elección Absalón a la hora de defender el honor de su hermana vejada?
Ojalá hubiera otra manera, ojalá pudiera ser como yo quiero... Pero no somos libres por una sencilla razón, porque pensad esto, si no podéis soportar la culpabilidad y intentáis escurrir los más nimios problemas al más cercano... ¿qué haríais si tuvieseis en vuestras manos la vida de todo lo que os rodea?. ¿Podrías soportar que una pequeña decisión como salir a la calle o no acarrease la vida de otra persona?.
Sin embargo, cada vez que hacemos algo damos ejemplo a alguien, influenciamos una vida sin saberlo. Curioso, ¿no?. No tenemos poder sobre las cosas más importantes de nuestra vida, pero influimos brutalmente, de manera decisoria en las cercanas, sin saberlo, sin pensarlo, ¿sin quererlo?

sábado, 20 de julio de 2013

Quid pro qué?

¡Boom! 
Así suenan las explosiones que emitimos en cantidades brutales cada segundo, hace poco me dijeron que yo emito demasiadas, no es un farol, se llama Policitemia, me dijeron que respiro demasiado y mal, que más me vale aprender, pero bueno, ¿qué tendrá ésto que ver con Pensamientos, lágrimas y sonrisas? Pues que cinco personas seguidas me han dicho que pienso demasiado, ¿tendrá algo que ver?, no lo creo, aunque si no fuese así, ¿iniciaría una entrada de blog así?. Quién sabe.
Debo romper una lanza a mi favor, nunca me fue bien actuando, dejándome fluir siempre he acabado en el mar, y vive Dios que odio la playa. El agua salada, la arena, el sol... No sé, sólo me trae salpullidos mentales. También está feo eso de que te vean feliz, siempre hay alguien a quien no le gustará e intentará hacerte partícipe de su "realismo", pero es que nadie se da cuenta de la locura no radica en luchar por tus sueños, sino en vivir una eterna búsqueda de la depresión y la tristeza. Hace poco leí un estudio que versaba sobre la rudeza y los caracteres depresivos en el hombre resultan más atractivos que los felices, sin embargo nos vendrían a atraer los individuos más vitalistas... Bueno, me temo remando solo en mi laguna Estigia mientras sonrío y canturreo.
Que me llamen loco los cuerdos, que me griten insultos por la calle cuando me sonría de los piropos... Pero desde que descubrí que el secreto de la felicidad lo llevamos tatuado dentro no dejo de darle vueltas a mi piel. Que si de la forma más tonta te caen golpes aprende a ser inmune, si no te has abierto las venas todavía es que sobran motivos para seguir adelante , y esos motivos los tienes mirándote al espejo y diciendo "Olé tú!" independientemente de esos kilitos que sobran, de ese pelo que cada vez va siendo menos y esa barba cada día menos controlada. 
Siempre hay motivos para alegrarte el día, quien no te los de sólo merma tu energía, piensa, ¿tienes tiempo para perderlo? Quien no te da la compatibilidad anímica que precisas... ¿qué hace en tu vida?. El cariño está muy bien, pero no te va a salvar la vida. El amor puede llenarte, pero... Eres tú el único que tendrá la obligación de aguantarte el resto de tu vida, ¿vas a rodearte de amarguras? ¿no tienes suficientes con partirte la cara con las tuyas? 
Canta, baila, vive, enamora, cae enamorado, llora, pero siempre de alegría o de empatía cultural, no te dejes consumir... La vida al fin y al cabo es una vela, no nos queda demasiada cera, nunca hay demasiada vida que vivir.
Siempre me ha gustado poner nombre a los sentimientos, eso de que es mejor sin etiquetas es una sencilla excusa de quien no se atreve a sentir, poner demasiadas es otro defecto, llámalo falta de autoestima o hipoglucemia. 

jueves, 11 de julio de 2013

Charada

Volvía a llover en el 1 de Noviembre, otro Día de Todos los Santos amargado por la lluvia, no era un buen negocio para los floristas, no era un buen día para quienes visitaban a sus muertos y las calaveras de caramelo vendidas en los locales más trendy no iban a hacer negocio este año, el gusto por lo mainstream se había tornado grotesco.
Sin embargo siempre hay algún loco de las tradiciones que visita esos lugares, la lluvia tan solo es coyuntural y algunas cosas no pueden esperar, los seres humanos toman rutinas, algunos las llaman ritos, otros las califican de hábitos, otros, adalides de la verdad suprema más entrecomillada lo llaman errores o vicios.
Un padre estaba colocando rosas rojas sobre una tumba, el hijo no entendía nada, solo a su padre poniendo flores sobre un trozo de piedra, un trozo de piedra al que su familia hacían llamar "abuelo", pero el pequeño no conocía a ese tal abuelo. Y es que cuando mueres, solo puedes ser recuerdo de quien te busque un hueco, no de quien no te ha hecho recuerdo.
El hijo tenía escasos 13 años, sostenía un paraguas azul celeste, sus botas azul eléctrico desentonaban con el color grisáceo que abundaba en aquel pequeño lugar, los ojos eran de un extraño color gris y su pelo absolutamente negro. Miraba como un pasmarote hacia el bosque de nichos, nada le decían, eran piedra muerta y sólo eso albergaban.
De la nada pareció salir aquella gabardina, aquel sombrero que ocultaba la melena blanquecina y hasta los ojos de una figura masculina delatada por su frondosa barba. Sorprendentemente alto, taciturno y cabizbajo, tanto que parecía coronar su cuerpo con una pronunciada joroba. La túnica del hombre era la antítesis de las botas del niño, su gabardina debía haber sido ideada para misiones de camuflaje en cementerios. Al pequeño se le antojó que sobre el señor llovia mucho más que en el resto del cementerio. De pronto, el rostro se giro hacia el niño, clavando unas gafas semicirculares sobre sus ojos aguamarina, una mirada que atravesó los cien metros que les separaban. La apatía del joven se tornó tristeza, angustia, dolor y espanto, sensanciones tan fuertes que le estremecían al principio. Ese estremecimiento pasó a ser un fuerte pinchazo en el pecho, una explosión en su tímpano y unas fuertes náuseas que le hicieron doblarse de dolor. El padre seguía demasiado ocupado en satisfacer su sentimiento de culpa, sus propias penas pasadas, sentimientos fuertes que le impedían hacerse cargo de su presente. El pequeño intentaba gritar y dar orden al caos de este texto, sin embargo nada salía de su boca. Volvió a mirar en búsqueda de la gabardina y ya no estaba. Habría sido fruto de su imaginación.
No, esa presencia era demasiado fuerte como para hacerse invisible, menos aún cuando giras tu cabeza exactamente 48 grados y está a menos de diez centímetros, escrudiñando tu parálisis, buscando en tu corazón y agitando tu apatía.
-¿Puedes verme?
El niño sólo asintió
-Ven, ten enseñaré algo que sólo yo puedo ver.
La conciencia del niño se desvanecía lentamente, entre los gritos de su padre diciendo su nombre, entre la angustia de sus sollozos diciendo "hijo, hijo, despierta".
La vida de un hombre que dejaba su sombrero pasa rápido, vivía en la rutina, en sus hábitos y en sus gustos, nada quería cambiar en su idílica y milimétrica existencia. Su mujer, sus cinco hijos, su trabajo y su timba de mus.
El hombre le miró después de enseñarle los aspectos más intimos de su vida en color sepia, su primera comunión vestido de blanco y negros, su primera meta buscando ser arquitecto, su primer beso, su primer enamoramiento, su primera relación sexual, su graduación en la facultad de medicina como todos esperaban, su mujer no deseada, sus hijos por cumplir, su vida yéndose a la basura, su primer paciente muerto, su esposa en una depresión de la que sus estudios no podían sacarla, la drogadicción de sus dos hijos mayores... Su muerte, solo, su muerte, mucho antes de morir.
-Ve y vive, pues en mi lápida no se contará mi historia, sal y sonríe, que la ceniza de mis huesos no volverá a caminar, que ya morí en vida, que el cementerio es para quienes nadie recordarán en cien años.
El pequeño fue abriendo los ojos, el rostro de su padre se fue configurando según recuperaba la conciencia. Vio en ese momento la mella que había causado en el rostro del abogado todos los excesos que nunca se atrevería a confesar.