viernes, 6 de abril de 2012

Brian

Brian aparentaba ser un chico bien, realmente sus ingresos lo eran, su apariencia física lo era y desde luego sus modales lo eran.
Era un joven alto, rubio, con una espalda perfectamente enmarcable en un cuadro de gimnasio, unos abdominales en los que secar la ropa, unas nalgas firmes, rasgos muy marcados y con una sonrisa encantadora.
Se había embutido su traje negro, se había puesto su camisa roja, su corbatín negro y se estaba sirviendo su rutinaria copa de coñac.
Se sentó en el sofá del comedor, puso a Brahms, agitó su copa y dio un primer sorbo. Extrajo una pastilla azul, la machacó en la mesa y el polvo restante de la manipulación fue diluido en el coñac. Miró su reloj y se recostó en el sofá.
Media hora después estaba saliendo de su piso en Bailen con dirección a Serrano. Cogió su Audi A8 y puso el navegador hacia la céntrica calle.
Miró su reloj, le sobraban unos minutos, así que sacó un cigarro, se lo encendió en el portal y fumó apaciblemente. Las bocanadas de humo se diluían en el aire, sólo fumaba por ver como los anillos desaparecían lentamente...
Cuando acabó el cigarro sintió que la pastilla azul estaba al máximo de sus efectos, así que entró en el portal y subió hasta el 4º B
Le abrió la puerta una adorable anciana que no aparentaba más de 60 años, tenía el pelo canoso, los ojos verdes, unos pendientes de oro brillaban en sus orejas y lo único que cubría su marchito cuerpo era un camisón de seda.
-¿Doña Teresa?
-Tu debes de ser Brian, pues no tienes un acento inglés en absoluto...
-Muchas gracias, pero comprenderá que estos trabajos requieren discreción...
-Si, si... No vaya a ser que me encariñe de ti...Bueno, dejemos los prolegómenos y entremos en el relleno.
A Brian le encantaban las señoras así, él iba a lo que iba, si les daba conversación siempre acababan diciendo que se parecía a algún nieto y eso cortaba el rollo... Además, en ocasiones recordaban que tenían a un gigolo delante, su trabajo era que no lo pensasen ni por un segundo.
Entraron en la habitación y en ese momento se tapó todo con cortinas.
Brian se fue de la casa con un servicio bien pagado, se encendió un cigarro y empezó a conducir de vuelta a casa, hoy tenía suerte y no tendría que hacer ningún servicio más.
Llegó a casa, se quitó la ropa, se metió en la ducha y puso un recopilatorio de arias de Krauss.
En la ducha siempre lloraba, se le había olvidado su dignidad en la cama de alguna señora opulenta, alguna de esas señoras cansadas de sus maridos, aburridas de sus rutinas, estancadas en el tedio de un sinsentido y completamente insatisfechas de la pose social... Señoras que buscaban una evasión y que la encontraban en la entrepierna del joven.
Brian se llamaba José, había sido dotado de una gran belleza, de un talante extraordinario, era doctorado en matemáticas y trabajando de camarero encontró otra forma de ganarse la vida

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