miércoles, 1 de agosto de 2012

Abdul

Abdul tomaba un sorbo de un cartón de leche que llevaba su rostro, se había acostumbrado al missing en dos meses, tenía 16 años y ganas de vivir, según su filosofía de vida, cuatro paredes no pueden albergar algo sano. Había escapado, ahora vivía en otro habitáculo, pero la censura de sus padres adoptivos no le iba a someter, sus trapicheos le habían granjeado fama y tenía dinero suficiente para mantenerse y seguir labrando un porvenir. Sus ojos eran grises, sus rasgos poco marcados, su tez de un tono ocre, un pelo completamente negro y rizado que le encantaba alborotar y una sonrisa blanca como la nieve. Destacaba entre los nativos londinenses, pero nadie le distinguiría en un barrio con abundancia de población pakistaní, o eso creía, sus ojos le delataban, no era un inglés, pero tampoco era un joven árabe. Sentía sus raíces, pero no sabía bien donde estaban. Decidió irse a ver Greenwich, había conocido a una joven en una concentración de jóvenes conservadores, ambos tenían algo en común: No eran como los demás.
Una vez allí, llamó a la joven y quedaron en una zona verde, no había contado con que la gente de Greenwich se daría cuenta del joven de los cartones de leche. Tampoco había recaído en lo mencionado al principio, su foto aparecía en el cartón que bebía.
Lucille, era rubia, como todas en aquel dichoso país, podría decirse que sexy, no tenía nada de salvaje en su pose, pero si en sus actitudes... Al menos eso le decía a ella para que se callase, realmente era como los demás. No iba a entenderlo.
Así fue, ambos acabaron compartiendo estrellas de una noche algo nublada, la luna se asomaba tímidamente a ver que hacían, pero no se atrevía a decirle que eso acabaría pronto. Lucille criticaba a las jóvenes que conocen todos los techos del pueblo, pero ella se sabía perfectamente la posición de todas las estrellas. El sexo acabaría en discusión, ella se fue llorando y él decidió quedarse un rato en el césped. De aquella forma se quedó dormido arropado por una manta que había estado bajo su idilio y que ahora le daba el calor necesario. Pese a las palabras de la joven no pensaba volver, no se sentía valorado ni comprendido, no sentía el calor que necesitaba, Londres era una ciudad que se le quedaba grande, extraña y fría. Él necesitaba algo o alguien que le atase, desde luego sabía que Lucille no era la persona.
Cuando dormía escuchó un ruido, de pronto un par de ciervos se situaron frente a él, se miraban como cuchicheando, cuando se levantó ambos se pusieron en una actitud hostil, paulatinamente se fueron convirtiendo en seres humanos bastante incompletos. Abdul creía que estaba alucinando, pero esa noche no había fumado tanto. Observó que nada era igual que antes que al acostarse, ahora se encontraba en un bosque completamente denso, abrumado por la niebla y que no permitía ver casi nada. Los hombres-ciervo le miraban fijamente. Su cornamenta sobresalía por sus cabellos, su boca no estaba compuesta por una mandíbula, sino que aún tenía más de hocico que de boca y nariz. Sus cuerpos desnudos estaban por completo cubiertos de pelo y sus ojos le miraban con un extraño brillo. Tras él escucho un ruido extraño, se dio la vuelta y vio a un hombre colgado graciosamente de una ligera rama, su cabeza giraba casi por completo, sus ojos eran descomunales, su boca acababa en pico y de sus brazos salían plumas.
Abdul quería gritar, pero temía asustarles y que le hiciesen algo, no eran dementes, ya que esas formas no podían ser disfraces. Se miró las manos y llegó la sorpresa. Eran zarpas, su cuerpo estaba cubierto de pelo, notó su boca y era un hocico como el de los ciervos, pero bastante más prominente. Notaba que se iba achaparrando hasta que sus "manos" tocaron el suelo. En ese momento sintió su espalda reestructurarse y crujir de una forma demencial, su cuerpo le pedía que alzase la cabeza y gritase, así fue.
Todo el pueblo de Greenwich vibró, llevaban años sin oír lobos, eso era realmente extraño.
Abdul tenía esa libertad ansiada, se había desecho de sus ataduras, tampoco había ropa que le atase a su pasado, la gente se cansaría de buscar y él podría encontrar su lugar en aquel extraño lugar.
Echó a correr para comprobar sus límites


1 comentario:

  1. Hum... cambió para conseguir lo que deseaba. Sí, tiene lógica. Una mente que desea la libertad difícilmente podrá ser libre, de modo que él se libró de su humanidad para liberarse de la Humanidad.

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