miércoles, 8 de agosto de 2012

¿dónde fue tu alegría?

¿Conocen a Freud?
"Quien piensa en fracasar, ya fracasó antes de intentar
Quien piensa en ganar, lleva ya un paso por delante"
Cuenta una leyenda, de esas que hemos vivido, que había una persona que tenía una alegría interior capaz de solucionar los mayores problemas de la humanidad, una persona cuya sonrisa podía devolver la vida a un corazón inerte, no toleraba ver a nadie triste y ayudaba a levantarse a cualquier alma que tuviese los labios manchados de asfalto. 
Esta persona había cambiado su forma de ser, ahora era capaz de todo lo contrario, era capaz de traer la maldad al corazón más puro, se decía que a su paso las rosas se marchitaban, que sólo empleaba sus esfuerzos en corromper las balanzas de los dubitativos, la guerra sobrevenía a cualquier país que tenía su sellaba su visado y la peste volvió a ser habitual.
Los gobernantes no estaban dispuestos a esto, querían encontrar a esa persona desconocida y hacer que cambiase su actitud, en caso de no conseguirlo las armas serían su única baza. No podía tolerarse ese descontrol. 
Sonaban sirenas de fondo en la ciudad más puntera, la gente se agredía por el potente grito de un claxon, la policía hacía más controles de los rutinarios a quienes se cruzaban y siempre era fácil encontrar delincuentes, pero cuando los delincuentes son los ciudadanos inocentes... Se defienden. Había calles en las que corrían ríos de sangre literalmente, los abogados no daban de si con las demandas de divorcio, tampoco tenían mucho interés. Las farolas alumbraban de día y por la noche alguna parpadeaba, se hablaba de estado de sitio con una enorme ligereza. Las porras ondeaban al viento, los disparos volaban en tiroteos demasiado habituales, los navajazos eran moneda de cambio y los puñetazos el nuevo lenguaje. 
Las grandes avenidas estaban desiertas, los coches no tenían permiso para pasar y la policía a caballo cubría  la zona. Buscaban a una persona concreta, se decía que era una niña, que llevaba a dos chicos, ella se llamaba Empatía, ellos Desidia y Temor. Casualidades de la vida, el turno de los cuatro jinetes apostados en esa enorme calle les llevo frente a los tres personajes. Nada indicaba que fuesen a ser peligrosos. Ella no superaba los 15 años, era pelirroja, ojos grises muy brillantes, cara ovalada  y un vestido de lino blanco, los otros dos no superaban los 20, llevaban ropa normal, unos pantalones vaqueros y camisetas con estampados, uno tenía un flequillo negro azulado sobre el lado derecho de su cara, sólo se veía un ojo de iris púrpura, el otro tenía el pelo de punta, castaño, algo más alto y con los ojos verdes. Sonreía. 
Aquellos cuatro agentes no sabían que hacer, pero un odio les impulsaba a cargar contra ellos, sus caballos empezaron a ponerse nerviosos, pero les domaron y los dirigieron contra los tres jóvenes. Cuando estaban a menos de dos metros frenaron en seco, levantaron sus patas posteriores y los jinetes cayeron sin poder hacer nada. La joven se acercó a uno de los caballos
-A ti no te voy a necesitar.-Le acarició la cara y se desplomó con la mirada perdida.
Cada uno cogió un caballo, también las porras largas de los agentes. 
Se convirtieron en espadas, unas espadas largas y brillantes, con unos filos que silbaban al batirlas contra el viento. Así comenzaron a cabalgar hacía un destino que parecía concreto. 
El gobernante del lugar había sido informado y sitúo a sus mejores francotiradores en las azoteas aledañas al palacio de congresos. Cuando vieron llegar a la comitiva abrieron fuego. El cuerpo de la joven voló por un impacto en el tórax, sabían que no había negociación posible, que sólo podían acabar con ella. El cerebro nada puede hacer si Empatía había perdido su corazón.
Entonces todo se calmó, se relajo de una forma súbita y absurda, los conflictos en las calles cesaron, la policía no pedía documentación a la gente que la iba a entregar siempre, el conformismo se adueño de las calles de todo el mundo, la gente moría pero las ONG no hacían nada, esas campañas de metro eran absurdas, la gente escuchaba, pero les daba igual. Nada conmovía aquellos corazones. La gente iba a trabajar, volvía a casa, se sentaba hasta que era hora de dormir. No se aumentaba la tasa de nacimientos porque a nadie le importaba perder su linaje, el amor daba igual y las relaciones se mantenían para no cambiar los hábitos. Aumentó la tasa de suicidios, la anomia era colectiva, la indiferencia comunitaria y la ignorancia lo común. El dejar hacer la razón de estado, el dejar de hacer la política marcada y el desánimo el  interés popular. 
Los gobernantes antes querían solucionar la destrucción, ahora les daba igual despertarse al día siguiente o no. ¿Qué más daba? Al final todos iban a morir igual.
"Soñar en teoría, es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir" Jean Paul Sartre

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