lunes, 28 de enero de 2013

Chocolate belga

Poner leyes a las pasiones, es como poner diques al mar, poner nombres al amor, es como enjaular pajaritos. En definitiva, ilusos y descorazonados monstruitos.
Hay días en los que es mejor no levantarse, soles que mejor pasar estudiando e historias que te atormentarán toda la vida. Y podríamos llamar al corazón terrorista, no deja de bombardear las venas con mensajes subliminales; podríamos encerrar al cerebro, por genocida de sentimientos; podríamos aplicar ley de fugas a los besos que no surgieron; podríamos criminalizar los adioses, por terroristas pro independentistas.
Y si vamos a disparar que sean miradas, si vamos a declarar la guerra que sea de caricias, si vamos a llorar que sean alegrías, si vamos a bombardearnos... que sea con aviones de papel de los que esconden mensajes.
Que no hay más dilación en el que dejó de pensar y decidió actuar, 'un aplauso por su incoherencia! le tomaron por loco, pero bueno, qué sabrían ellos. Si buscan mi cordura es que nunca llegaron a conocerme.
Y ésto no dejan de ser párrafos que criminalizan el sinsentido de la cobardía en mis miradas, quién pudiera hacerlas palabras en tu oído. Al fin y al cabo no somos floreros, y las caricias que estremecen al alma más curtida son el mejor notario.
Que no sé qué decir, que a veces se me fueron las ganas de escribir, pero nunca quise dejar de decir que el tiempo gira demasiado deprisa como para intentar demorarlo en los 100 metros valla, que no nací para saltar obstáculos, siempre tuve problemas con la psicomotricidad, y sentarme con una manta a escribir historias inventadas que antes os después han pasado, y soy de los que saben que las historias disfrutan repitiéndose.
Siempre fui de los que desaprovechan oportunidades, una bala perdida, un cabezota, un extraviado de los absurdos y un señorón bizarro. Pero bueno, al fin y al cabo éso me conforma y me deja aquí, con una perilla que no me hace ningún bien, y unas gafas que son demasiado grandes para una cara tan redonda.
Dicen que nada es para siempre, y bueno, no tengo argumentos para contradecir a nadie, no me gusta hablar sin saber. Dicen que la paciencia no es infinita, que el amor tiene fecha de caducidad y que las personas cambian. Nunca me creí las fórmulas matemáticas, no leí las tapas de los yogures y nunca he sido muy persona.
La guarnición parecía abatida, no iban a aguantar demasiado tiempo los constantes envites de la artillería enemiga, pero qué más daba, tenían chocolate.

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