sábado, 20 de agosto de 2011

Saúl miró al horizonte, todo era confuso. Se encontraba en la playa, eran las seis de la mañana y llovía a rabiar, como si fuese necesario repoblar toda la tierra de una sequía, como si se buscase hacer mar de un desierto, como si la tierra harta de los continuos retos frontales comenzase a derramar finas y continuas lágrimas. Sea como fuere, el mar se mostraba completamente alejado de la preocupación que antojaban las nubes. Era un chico que poseía menos de lo que necesitaba y que ofrecía más de lo que tenía, por desgracia, en los sentimientos era exactamente igual. No se daba cuenta de hasta que punto se perdía él y sus verdaderos anhelos cuando se entregaba... Él lo veía como algo positivo, después quedaban los típicos retazos, pero evitaba que nada se le enquistase. Su piel estaba nutrida en un aceite que retenía el goteo, pero alejaba los torrentes.

Saúl por su parte parecía haber pactado con el mar para permanecer sonriente, pues a pesar de las nubes que le rodeaban, le empapaban y le golpeaban sabia que bajo ellas había un amanecer y eso le hacia parecer un poco más estúpido. Sabia que al día siguiente el resfriado era seguro. Era tan evidente como la lluvia que mojaba su media melena rubia, que había alboreado encrespada y ahora le intentaba turbar la paz de la libertad que le ofrecía el mar. Pero él sonreía, había dejado todo durante esa semana para ir de lleno al mar... Así, podría surfear en las mejores olas que pudiese encontrar en un camino que no sabia donde acabaría. Ahora el mar le estaba diciendo que se acercase y probase la tibieza propia del agua marina en un amanecer.

Saúl supo que era su momento, el mar se lo había dicho. Cogió su tabla y fue directo hacia su amante y hacia su enemigo... El mar le había provocado mucha frustración y le había provocado muchas lesiones en su vida... Por eso lo amaba, amaba a ese mar que no hacía más que destruirle, pero más que amarle a él, disfrutaba con la sensación de dominarle, el Mar se había tatuado hondo en su espíritu, no era tinta, pues la tinta se queda en la piel y los golpes de las olas partiendo en astillas a un hueso no se sanan con dos días. Pero Saúl sabía que ese día era diferente, no sabía porque, pero lo sabía.

Le daba igual volver a perder, pero ese día lucharía hasta el final...

Tomo la ola de cerca de 3 metros

Y venció...

Venció la autoestima, cuando la tabla empezó a vibrar titubeando supo que algo iba realmente mal bajo sus pies, nunca había vibrado así, ¿qué pasaba?. La tabla empezó a resentirse cuando estaba en la cresta y cedió bajo sus pies...

Venció la modestia, Saúl se despertó en la orilla sin saber si estaba vivo o muerto, pues ya no llovía y el sol le daba directamente en el rostro. Se tocó la cara y después los brazos...

El mar había vencido hace mucho y Saúl fue derrotado, sin embargo ganó.

Se puso en pie y sintió el mundo bajo sus pies, por primera vez se sentía vivo, sintió que la roca sobre la que andaba no le fallaría como la tabla...

El suelo siempre había estado ahí, pero nunca lo había entendido de esa forma, pensaba que el suelo era aburrido, pues este no le ofrecía los continuos subidones de adrenalina que le daba bailar en una tabla cuando se acercaba la ola. Pero en ese momento, vio que en la tierra que pisaba había subidas y bajadas cada día, que las cuestas cansan como sentir una ola en tus pies, que los descensos son igual de placenteros y que conociendo la tierra sobre la que andaba aprendería a valorar más el indómito poder del océano... Pues el que se pierde en la tierra puede ser encontrado y depende de él querer buscar la salida a su lugar, pero quien navega en un mar de dudas no puede salir de él por propia voluntad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario