domingo, 18 de agosto de 2013

Esta vez fue Roma

Reía, saltaba, gritaba y se rodeaba de albricias. Pero empezó a llover sobre Campania, otra vez.
Todos andaban en un día normal, los terremotos eran constantes últimamente, y nadie parecía darles importancia, cosas de dioses.
Era de día de nuevo, los quehaceres se multiplicaban en la villa, por alguna extraña razón no llegaban los carros de Pompeya, pero para qué sospechar, cualquier tipo de contratiempo puede pasar. Sin embargo al tercer día lo único que avanzaba inexorable hacia ellos era una enorme nube negra.
La imperturbabilidad caracterizaba a la pequeña aldea, no era la primera tormenta que tendrían, los animales se comportaban de manera errante, pero bueno, son animales.
Era un día de viento terrible, azotaba los toldos y levantaba la arena de los caminos con caprichosos tornados. La nube comenzó a avanzar con una enorme potencia y a mediodía amenazaba con situarse sobre ellos.
Sonreían, caminaban, hablaban con calma y las noticias comenzaban a no parecer tan propicias.
La cosecha estaba tornándose de un extraño color grisáceo, pero tampoco se podía elegir mucho lo que comer en el sur de Nápoles, ellos no, poco podía elegir quien tiene la condición de campesino en aquel preciso momento.
Se acercaba la noche, o eso suponían, porque hacía un par de horas que el sol había quedado oculto tras la nube gris, el viento continuaba y había pequeños túmulos de polvo que inundaban el ambiente. Parecía lluvia, pero se pegaba al cuerpo y no provocaba una sensación agradable.
Los ancianos comenzaron a toser de una manera muy copiosa, los niños comenzaron a sentirse mal, la inocencia iba a terminar de un segundo a otro, había muchos campesinos que habían sido legionarios, pero no podían luchar contra el avance de una nube. La legión romana no era tan poderosa como para luchar contra eso.
Tosían, corrían a sus hogares, la villa quedó en silencio.
Era un pueblo fantasma, el polvo estaba sobre los techos de las precarias construcciones, las cosechas estaban prácticamente calcinadas y poco quedaba que decir entre el miedo a salir a la calle. Muchos cogieron sus mulas y huyeron en dirección contraria a la nube, otros, los que más, se quedaron, sólo tenían lo que les daba la tierra.
Sabían que morirían, los que habían huido se lo habían dicho, pero se negaban a abandonar el pueblo, ¡era su pueblo! ¿cómo iban a dejar que una nube se lo arrebatase?
Al final la nube no se llevó el pueblo, pero si sesgo vidas, todas las que quisieron morir resistiendo. Resistiendo a algo que les quedaba grande, con lo que no podían guerrear.
Y así es la fuerza de la naturaleza y la prepotencia del ser humano, que sabiéndose mortal, lucha contra los elementos.

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