viernes, 16 de agosto de 2013

El General

El ceño fruncido era la única seña de identidad dentro de aquella habitación. Todos los señores miraban a El General, él estaba sentado sobre sus rodillas, con el mango de su espada sujetando su barbilla, el rostro se movía exclusivamente por su nariz y su entrecejo.
Todos los demás estaban alrededor de la escena, confiaban en su decisión, la guerra empezaría cuando el general gustase de ello, los demás señores sabían que estaban allí para morir antes o después, la vida era eso en definitiva, su religiosidad así se lo decía.
El General pasó una temporada pensando que la vida de miles de guerreros dependía de sus órdenes, pero realmente ellos iban a morir de todos modos, la pobreza a la que les había llevado el rey no les dejaba elección, si no era la espada enemiga, era su propio estómago devorándose. Lo sabía y lo entendía, todos los que allí estaban habían surgido de otra forma, pero él no, por ello tenía la potestad del tiempo. Se sentía un mago, no elegía la muerte de sus subordinados, pero si cuándo llegaría. Él era el único que sabía que aquello era un ataque suicida, quizá por eso tenía que saber mentir mejor que ningún otro.
Los rostros impertérritos de sus hombres de confianza le mostraban la fe ciega en la que estaban imbuidos, eso le daba cierta confianza, su rostro no iba a cambiar mucho cuando estuvieran muertos. Pero, ¿y los soldados que iban a buscar gloria en el ejército?  En ese caso se lo merecían, la prepotencia se paga en la jerarquía.
El General estaba brutalmente aburrido, desenvainó la espada y bramó en persa, "¡A por ellos!"
Las barbas de los señores de la sala se agitaron y bramaron al unísono con sus espadas en alto.
Entonces, el general dijo en voz baja y en un idioma distinto
-Valiente panda de subnormales
Salió fuera y vio la inmensidad de su ejército, todo perfectamente cuadriculado, al contrario que él y su caos continuo. Todos los soldados parecían gritar al unísono, ahora bien, si gritaban "tengo hambre", "matemos a esos cabrones" o "Dios mío, ¿por qué nos has abandonado?" no se iba a entender, tampoco lo que gritasen sería fruto de su libertad, sino de la esclavitud social, de esa coyuntura que les hacía tener un alma en llamas, ¿por qué peleaban? No lo sabían, ¿por quién morían? nunca lo conocerían, ¿y si los enemigos tenían razón? qué más daba.
Las antorchas comenzaron a prender por todo el campamento, uno de cada diez las llevaba, habría cerca de 10000 fuegos encendidos de manera caótica. Éso le gustaba, no quería el ejército inflexible que le habían dado... Quería soldados hechos de pasiones, soldados humanos, humanos pasionales. Soldados que gritan de dolor, que odian y que aman, soldados que luchan porque el reloj de El General fallase a la hora de elegir su muerte. Quería, El General, almas, un lugar privilegiado en el infierno donde van los sádicos, seguramente en uno de los círculos más profundos.
Y comenzaron a marchar, El General lo veía de una manera diferente a cuando estaba en la tienda, veía que su ejército ya casi había vencido. Decidió comandarlo, vio a los jóvenes con más ganas, todos ellos jóvenes imberbes, y decidió apoyarles simbólicamente, mientras cabalgaban se afeitó la barba con su machete, y lo mismo hicieron numerosos señores, menos los judios, ellos tenían otra forma de verlo.
Llegaron al claro y lucharon, lucharon con toda su alma, dieron el todo por el todo, lucharon como nunca, perdieron como esperaba El General.
Fue el último en ser derribado, era verdaderamente valiente y aguantó casi tres horas peleando con un pequeño grupúsculo de esos jóvenes imbuidos de alma. Los señores fueron los primeros en caer. Cuando fue derribado, cinco espadas se clavaron en su pecho, y su cara quedó frente a los estertores de uno de esos jóvenes.
-General, hemos perdido
-Que va, chiquillo. Hemos ganado
Un intento de carcajada llevó al joven vomitar sangre a borbotones, lo cual resultó gracioso a El General que sufrió lo mismo
-¿Cómo puede decir eso?
-No me trates de usted, vas, vas a morir, no podré castigarte por tus faltas de respeto.
-Vale...
-No te mueras si quieres saber el porqué
-Diga..
-Pues hemos luchado como hombres, obligados por las circunstancias, estamos muriendo como hombres. Nos han demostrado que somos hombres.
-No te entiendo
-Vamos a morir, y allí nos dirán que tenemos alma. La mía está podrida, pero la tuya... Tendrá todas las vírgenes que dicen esos musulmanes.
El joven volvió a reír con el mismo resultado
-Vamos a morir, y nunca nos deberemos a la coyuntura
-No vamos a morir, señor, ésto es un sueño.
-Qué dices chico...
-No nos deje morir
El General se resbaló de la empuñadura de su arma y se dio cuenta de la cabezada.
Recordaba el sueño de una manera perfecta, recordaba los sufrimientos de las armas sobre su pecho, la muerte de inocentes y al joven dando su último aliento frente a él, rogándole que no volviera a hacerlo.
El General se levantó con aire decidido, totalmente enajenado por su sueño, tanto que arruinó lo imperturbable de los señores. Temían sus prontos, estaba bastante ido.
-¡A por ellos!
El bramido recobró fuerza y la estupidez murió de nuevo con él.


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