martes, 17 de diciembre de 2013

Refugios de subsuelo

Volvía a salir del trabajo, otro día en el que el agotamiento era la tónica genial, no había más que suciedad para el minero, no había más que decir cuando todo escaseaba. 
Desde que en medio de la ciudad había aparecido una mina, la sociedad entera se había estructurado en torno a ella, una ciudad que había cumplido su ciclo-nacimiento, crecimiento y fin-se había convertido en una zona marginal, hasta que un edificio destruido dio pie al descubrimiento. Una veta de oro que llevó a que toda sociedad encontrase una razón para salir de la indigencia. Y para esa gente que sale de la indigencia se necesitan bares, y claro, siempre hay alguien que los construye.
Casi todos los comercios que habían surgido alrededor de la actividad minera no permitían a los trabajadores salir de su rutina, suciedad, oscuridad, escasa conversación... Dicen que una ciudad no lo es hasta que no tiene prostitutas, pues esta no llegaba a serlo, ni las putas querían ganar el dinero fácil y manchado de mineral, los obreros eran toscos, borrachos y pobres, pero es que los mineros, además de todo éso, estaban trastornados. 
La no-ciudad, a pesar de su vida interna, era un absoluto paréntesis, un continuo silencio sostenido en los aullidos de los lobos. Y es que, el bosque había entendido que no tenía vida, y tendrían que darle un poco de movimiento. Así, en las viviendas abandonadas comenzó a crecer vegetación, de los salones de la zona rica comenzaron a crecer cipreses, en las cocinas no faltaban matorrales y en los baños había surgido hasta una fauna que se denominaba autóctona. Con el bosque vinieron las jaurías. Todos los meses llegaban noticias de mineros desaparecidos después de una noche víspera de su día libre, al día siguiente los lobos aullaban diferente.
Los mineros de esa ciudad habían sido personas, incluso, ciudadanos, pero ya nada quedaba de ellos, no había inocencia en una ciudad sin niños. Todos se conocían, no llegaban a 1000 personas, pero producían mejor así, algunos eran presos fugados, otros padres de familia, otros gente que se aburría. Todos allí tenían dos cosas en común: Una historia que contar y la mina. 
Os hablaba de alguien al principio del texto, ¿os acordáis?, pues él también tenía una historia del pasado, pero nosotros no somos quiénes para juzgarle, así que os relataré cuánto aullaron esa noche los lobos.
Estaba borracho, y sólo, como todas las almas de aquel lugar, borracho rozándose por las esquinas que eran las únicas que sostenían su anodina existencia, así, acabó viendo el bosque. Se quedo mirándolo, pero pasados cinco minutos no sabía quién observaba a quién. De pronto, se sintió observado, paranoias de borracho. 
Se dio la vuelta y anduvo hacia su casa
A los tres pasos un niño se cruzó en su camino, no tendría más de cuatro años. Lloraba, no un llanto sonoro, sino un llanto triste, como todo en aquella ciudad, un llanto que paralizaba el espíritu, un llanto que parecía haber congelado las cuerdas bucales del niño. Se comenzó a acercar a él, entonces vio claramente que intentaba gritar, que su llanto era sordo, pero sencillamente estaba en otro plano, pues no dejaba de hacerlo, y tamaño empeño debería dejar algún sonido. 
Y sí, los lobos volvieron a aullar.
De pronto, la escena cambió, estaba delante de un cachorro de lobo, en un claro del bosque, donde se sentía igual de observado que antes. 
Una veintena de lobos se le aproximaba lentamente, unos tenían cicatrices en los ojos, otros mostraban patas rotas, pero todos coincidían en algo; estaban tremendamente sucios. 
Esa noche otro lobo aulló, dicen que es el animal más solitario, pero aquella noche, el hombre, demostrando que le gusta ir en contra de la naturaleza, demostró que siempre puede ser más que el bosque. Y el bosque, de nuevo avanzó sobre los humanos, mermando en uno más a los que escavaban sus entrañas y se llevaban su oro.
Ese oro era del bosque, y el cachorro no era más que los llantos que no se atrevían a tener en una ciudad sin inocencia.
Era luna llena, y su transformación no fue traumática, sencillamente, pasó a ser un lobo dentro de una manada desde un hombre dentro de un colectivo.





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