viernes, 22 de noviembre de 2013

La muerte de la ciudad

No llovía, pero tenía la sudadera empapada, quizá fuese la humedad, quizá fuesen las lágrimas. El ambiente del día estaba cargado electricidad estática y no podían haber más razones para llorar.
Se situaba frente a una gran ciudad, se enfrentaba a una gran ciudad. La presión del ambiente pudo ponerla de rodillas, pero no iba a comer tierra. Sus puños se clavaron en el humus, la sudadera estaba manchada de barro, pero qué más daba, el alma también y nadie le decía nada. Y es que una camiseta puede oler mal, pero si no está sucia nadie se fija al menos que esté al lado, y es que un persona puede quedar muy bonita, pero apestar a podredumbre para el que meta las narices.
El pelo negro caía sobre sus hombros, no en forma de una larga melena, sino lo justo para que tapase las clavículas y se abriera en su cuello, lo justo para ocultar lo esencial de quien solo busca en la vista.
Notó, al mismo tiempo, la humedad de sus manos como la de sus mejillas, notó que sangraba por los ojos mientras la tierra lloraba entre sus dedos, mientras el mundo se moría en sus nudillos regado por las lágrimas de sus manos, el alma se le caía a los pies enrevesada en la sangre que producen los lacrimales. No era momento de llorar, no era momento de plantearse perder el rumbo, las lágrimas sólo iban a nublarle el camino en un día que amenazaba con ser lluvioso, las lágrimas no podían regar suelos fértiles y la sangre tiene demasiado hierro como para nutrir. Así que solamente le quedaba andar.
Miró al frente de nuevo y la ciudad le parecía igual de hostil, eso de que el tiempo soluciona las cosas era una mentira más, eso de que la vida da a cada uno lo que merece hace tiempo que le hizo tener muchos enemigos. Ya nunca más iba a tolerar la estupidez.
-¿Para qué voy? Ya nadie hay esperando
Y sin embargo se puso a andar una vez más, quizá la última.
No había razones para llorar, no era algo útil, y cada día de camino había alejado a la chica de sus sentimientos, ahora era práctica, o como le gustaba decir, pragmática de los sentimientos. Cada día se sentía menos perteneciente a algo, y eso le hacía pertenecerse a sí misma, ella lo consideraba bonito.
Entró en la ciudad, la hostilidad rodeaba a la chica, todos la miraban como a un bicho raro.
Se encontró, de súbito, con su inmediatez, y allí se derrumbó, murió por dentro, si es que se puede morir por dentro y seguir viva por fuera. Y sencillamente, se dejo morir delante de todas sus incoherencias.
Al fin y al cabo, morir era lo más pragmáticamente sentimental

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