martes, 7 de mayo de 2013

Selvas

Dime que son susurros, que no llegan a cimas, que la nieve aún está fría y que esta noche no tenemos prisa porque nos abrumen los sueños. Que dejamos las esperanzas en un cajón donde nadie las toque, y que eso del amor lo dejamos para los que tengan tiempo, que a nosotros nos sobra sensibilidad y nos gusta decir que olvidamos a sentir, pero el pecho cada día pesa más y la gente ha empezado a bailar. Bailan en el sinsentido de que se mueva todo demasiado rápido, no son conscientes de la decadencia, del sinsentido y de las faltas de gusto.
Llegaba el verano a la comunidad, una pequeña tribu del sureste colombiano, la selva les cubría, las montañas y su nieve ponían pelo canoso a la sonrisa del sol por las mañanas, las cordilleras marcaban la firmeza, las alpacas miraban sospechosas, los guanacos gritaban, las llamas escupían... Los indios lo veían todo normal.
Entre ellos se encontraba un pequeño con aires de héroe, un pequeño que no era considerado hombre, un pequeño que moriría dentro del absurdo, pero quien hable del destino a quien no tiene presente es que no sabe de que hablamos con empatía.
La gente piensa en estas comunidades como gente que esta haciendo sacrificios, comiendo coca, cazando, cazando, cazando, comiendo, cazando, drogándose... Pero no, amamantan a sus hijos, edifican hogares, cultivan sus tierras, dan de comer a sus animales, castigan a sus hijos... No se debe hablar de tolerancia si se busca ejercer un discurso de igualdad, su vida pasaba, y ellos eran felices mientras tuvieran donde pacer. Nada necesita quien tiene amor, nada llena un corazón completo, nada le importa compartir a quien tiene paz. Sin embargo, la paz se perturba mucho más rápido, la felicidad es más volátil y los sueños se suelen poner demasiado arriba.
Era muy de mañana, se estaban haciendo ofrendas al sol, se estaba acercando la época del calor y tocaba pedir caridad, algo perturbaba al bosque, seña clara de una época poco tranquila. Los animales se dejaban ver menos, los árboles producían menos resinas y el suelo estaba más agrietado que nunca. El chaman llevaba meses diciendo que vendrían malas temporadas, pero cada vez le escuchaban menos, el nuevo viejo le daba demasiado a las plantas fermentadas y mascaba más de lo necesario. Mala mezcla, le habían visto volver de la selva profunda dando tumbos, decía que los espíritus le habían enseñado al invasor, que les iban a matar sin tregua, que nada frenaría su miedo hasta que hubieran muerto.
Esa mañana muy de mañana, demasiado de mañana los gritos del chaman despertaron a toda la comunidad, entre convulsiones decía que había llegado el momento, que nada quedaba por hacer, que su ingesta era fruto del fracaso, que poco tenía que ver el fermento en su estado, que eso era sencillamente para olvidar que les había fallado. Un lo siento firmó su silencio y de pronto un estruendo extendió el miedo. Los presentes acababan de entender una lección: nunca desprecies la tradición, nunca subestimes los augurios de un chaman.
El estruendo se parecía a las conquistas del hombre blanco que habían traído de las comunidades hermanas de la selva, habían huido y temían nuevos ataques, huían al oeste, a las montañas... Pobres diablos, no sabían lo que les esperaba. Esto había sucedido hacía tanto que muchos no lo recordaban, el joven héroe del principio si, su padre se lo había dicho, se había adentrado a la selva y no había vuelto... Algo malo pasaba, y seguramente fuesen los invasores.
El joven salió armado de su cabaña, dispuesto a luchar contra lo que fuese.
La tierra empezó a temblar, las montañas se agitaban. El Abuelo Dormido, la montaña más cercana empezó a agitarse, retorciéndose, como sufriendo, comenzó a soltar humo, comenzó a lanzar fuego, las piedras explotaron demasiado pronto. La comunidad intentó huir, sólo lo intentó.


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